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Con motivo de las fiestas en honor al patrón de Gálvez, San Agustín, la localidad da comienzo a sus festejos año tras año del 27 al 31 de agosto con el «tremendo y estruendoso» chupinazo de por la mañana, al que le sigue, según la tradición, una conferencia de carácter sociocultural de temática variada sobre Gálvez en el Auditorio Municipal, a cargo de ilustres personajes de la localidad.

Da comienzo de esta manera una de las fiestas mas arraigadas de la provincia de Toledo, no solo en la localidad, sino en la comarca, donde sus magníficos bailes, tanto en las verbenas de por la noche, como en el baile del vermut el día de la onomástica del santo -el día 28 por la mañana-, son un atractivo indiscutible para las miles de personas que deciden dedicar estos días al ocio, las tradiciones, las fiestas, la gastronomía y la cultura local.

Decenas de actos son programados en estos días: suelta de vaquillas, autos locos, disfraces, fuegos artificiales, ferial, etc para el disfrute de paisanos y visitantes.

San Agustín nació el 13 de noviembre de 354 en Tagaste, pequeña ciudad de Numidia en el África romana. Su padre, llamado Patricio, era un pequeño propietario pagano y su madre, Santa Mónica, es puesta por la Iglesia como ejemplo de «mujer cristiana», de piedad y bondad probadas, madre abnegada y preocupada siempre por el bienestar de su familia, aún bajo las circunstancias más adversas. Mónica le enseñó a su hijo los principios básicos de la religión cristiana y al ver cómo el joven Agustín se separaba del camino del cristianismo se entregó a la oración constante en medio de un gran sufrimiento. Años más tarde Agustín se llamará a sí mismo "el hijo de las lágrimas de su madre".

La vida de Agustín fue un claro ejemplo del cambio que logró con la adopción de un conjunto de creencias y valores.

San Agustín se destacó en el estudio de las letras. Mostró un gran interés hacia la literatura, especialmente la griega clásica y poseía gran elocuencia.

Al mismo tiempo, gustaba en gran medida de recibir halagos y la fama, que encontró fácilmente en aquellos primeros años de su juventud.

En 385 Agustín se convirtió al cristianismo. Fue en Milán donde se produjo la última etapa antes de su conversión: empezó a asistir como catecúmeno a las celebraciones litúrgicas del obispo Ambrosio, quedando admirado de sus prédicas y su corazón. Entonces decidió romper definitivamente con el maniqueísmo. Esta noticia llenó de gozo a su madre, que había viajado a Italia para estar con su hijo, y que se encargó de buscarle un matrimonio acorde con su estado social y dirigirle hacia el bautismo.